El caserío nunca se divide.
De ningún modo.
Es la ley del caserío y es sagrada.
Solo uno de los hijos hereda todo el caserío,
los demás deben irse y buscarse la vida.
Antaño, el heredero siempre era el mismo,
el primer varón al nacer.
Hoy las cosas han cambiado,
se escoge al heredero.
Amama dirigida por Asier Altuna no podría ser una película más genealógica, más transgeneracional, está ambientada en un caserío vasco en el que el pasado sigue dirigiendo el presente.
Tomás Badiola es el heredero de la casa y la tierra de sus antepasados, sus hijos Amaia, Xabier y Gaizka se debaten entre el respeto a la tradición y la satisfacción de sus propios objetivos.
En nuestra familia, con cada nacimiento plantamos un árbol.
Cada uno tenemos un árbol con el que crecemos.
Amama, la abuela, al nacer cada nieto nos asignó un color.
El color de la fuerza, la sangre y la pasión, el rojo, para el nieto que hereda el caserío.
Para el blando, el vago, el flojo, el color blanco
Y para mí, la rebelde y la mala, el color del diablo y de la oscuridad, el negro.
Los colores de Amama condicionan tu futuro y el pasado, tu vida entera.
Como si nuestro destino surgiera en el neolítico y hubiera llegado hasta hoy a través de Amama como única intermediaria.
Una abuela silenciosa pero intensa, un padre atrapado en la fidelidad familiar, una madre cansada de callar y obedecer, unos hijos que se atreven a rebelarse ante lo que se les impone…
Amama es realmente una película muy bella, llena de metáforas y de personajes con los que podrás empatizar.
Quizás hasta te inspire a encontrar un modo de conectar tu presente con tu pasado sin que eso suponga un sacrificio para ti.
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